miércoles, 8 de agosto de 2007

Confesionario de un poeta triste - V

Lluvia recién caída, restos llenos de neblina y tristeza,
de vapores que se levantan, como fantasmas insatisfechos,
atmosférica frialdad, donde la humedad penetra en sí misma.

Antes de la tormenta, todo es apacible, como antes de una catástrofe,
Un silencio mínimo, que perdura en el tiempo y tarda sólo un segundo.
El momento sublime antes de una explosión, un aguantar de lagrimas,
Un sonrojo de Natura, un capricho de Malvados Dioses Estratosféricos.

El torrente celestial durante la tormenta, cascada invisible,
Azota acariciando, casi seduciendo los terrenos, las planicies,
Las praderas de nuestros ojos, arrastrándolo todo, limpiándolo.

Y pareciese por siempre, el llorar de las nubes y
El deshacerse del Universo,
E imposible imaginar,
Que el Aguador fuese a detener su labor.

Y no hay luz alguna, ni durante la suave llovizna,
Que nos hiciese pensar en el fin de tan feroz animal de montaña,
Que se desliza sobre estas, rasguñándolas con poderosas garras,
Derramándose hasta los valles.

El Mundo se acaba en cada lluvia que cae.

Y su pesadumbre huele a soledad, a desesperanza:
A vida en dos colores. A quejumbroso final.

Y es que tan negras se ven esas nubes,
tan poderosas las lanzas de Júpiter,
Aquellas estruendosas gacelas resplandecientes,
Que zumbando estrepitosamente parecen agrietar El Cielo.
Como preparando la venida de los 4 nunca esperados Jinetes.

Llorar con la lluvia es lo único se me ocurre,
o sentarme a meditar, en su lugar.

Añoro pues, la húmeda ansiedad, la depresión compañera,
Tu lejanía de entonces, la sordera de mis gritos, lo inútil de aquello.
Y corro, sudando lluvia, explorando el frío y el temor,
Para encontrarte bajo las sombras de todas las lunas de agua.
Y justo allí, estampar sobre tu boscosa voz, en tu aliento de avellanas,
Un recuerdo y un beso, una lagrima, algo que no sea lluvia.

Después de la tormenta, ya todo es nostalgia,
Olvidado el naufragio, el naufrago pierde toda su esencia,
Ensimismado, dentro de un vacío abismal.
Cuestionándose la existencia, su naturaleza derivada,
Su romance inmortal.

Y se reencuentra, volcándose hacia sí mismo,
Haciendo el Universo girar en torno a él,
Salvándose.

Lluvia, Señora mía, deva de mis poemas delirantes,
Fuente eterna de inspiración divina, cósmica, celestial,
Eres tú quien conoces el goteo sobre mis mejillas,
La confesión bajo tu ruidosa caída, mi rabia contenida,
Gritada bajo tus cortinas, eres quien pues, sabe del alma mía.

Allá en suaves y recónditos rincones de mis viajes,
Permaneces escondida, esperando la sagrada invocación,
Esa invitación de licores, de festejos, de una nueva emoción.

Llegas sin aviso, destruyes sin permiso,
Vienes y te vas, tan efímera y constante,
Eres moribunda y frágil, como la vida, como las flores,
Perpetua y predecible, como la existencia, como las semillas.

Pertenezco a tu reino de inocuidad, tú Duquesa de la Frialdad,
Reflejas las emociones humanas, fornidas armaduras de puro metal,
Con cuerpos vacuos, de aires hondos que habitan en tu interior.

Te adoro frente al sol, asustando su luz,
Deprimes hasta al aire, y envejeces el paisaje,
Pintor Rechazado que no sabe sino usar el azul, el negro y los grises.

Eres un lago azul volteado boca abajo,
Vomitándose a sí mismo, pues.

2 comentarios:

Patty dijo...

Leer desde el último párrago hasta el primero, causa un efecto interesante. Me gustó.

Mar dijo...

"Llegas sin aviso, destruyes sin permiso,
Vienes y te vas, tan efímera y constante,
Eres moribunda y frágil, como la vida, como las flores,
Perpetua y predecible, como la existencia, como las semillas"...

Sin palabras... sin comentario...quizás esta sea mi última visita a tus líneas, y digo quizás porque no se si mis alas caprichosas me traigan de vuelta...