viernes, 13 de abril de 2007

Saber leer

El brazo subía y bajaba, como una palanca. Grasiento, fuerte, sudado, el brazo del obrero movía la palanca. Manchados sus dedos, tomaba el bocado y se arregla el casco naranja. No es atractivo, no está enamorado, no está feliz. No pertenece a ningún sindicato ni tiene algún problema especial. Está casado, tiene hijos, no importa cuántos. No hará nada genial en su vida, ni tendrá excesivos obstáculos. No es alcohólico, tiene muy buena memoria. Gran bailarín, es alto. Nunca usa medias de igual colores, confunde algunos olores. Es un brazo más, allí, en la fábrica, de una ciudad, en un país de este Universo.

Ella mete las manos en su monedero buscando un papel con un teléfono. Ella es la hija de alguien importante sin serlo ella misma. Ella es elegante, bonita, educada. Tiene vicios y manías, como otras personas, que la fama se ha encargado de inflar, agrandar y hacer públicos. Su mal aliento es noticioso, un beso es primera plana y su porte nacido para la pantalla. Le gusta usar el color rojo pero lo esconde y hasta lo niega. Ella morirá, cómo nosotros, y se hablará mucho pero se llorará menos. No la conocerás nunca, ella sólo es amiga de media docena de personas, aunque lo sepas todo de ella, que es genial.

Hoy un viejito rompió un récord. Muchas mujeres perdieron la virginidad y un papá se declaró homosexual. Otro papá mató a un hijo, sin querer. Una madre parió a su quinto hijo. Un avión casi se estrella, nada malo pasó, todos llegaron a tiempo a sus compromisos. Alguien descubrió una nueva estrella, se detuvo a un ladrón. Un perrito fue adoptado por un niño y un Presidente firmó un papel equivocado. Estalla una guerra, una estrella, una bomba. Hay un falso embarazo por una fortuna, acaba una telenovela. Se imprimen cientos de libros, se colapsa el Internet, se dañan automóviles. Todo esto sucede, y sigue sucediendo, y yo, sin querer, sin poder, sin saber, olvidarte.

Hay amores maduros, y otros, podridos. Hay obsesiones y pasiones. La lujuria se apodera de muchas parejas, de algunos locos, de muchos animales. Las estrellas crean un racimo cósmico de tanta potencia imaginativa que la mente de Dios se ilumina con el rocío sideral de la imposibilidad poética de su existencia lógica. El tren desacelera su marcha, llegando a su destino, te bajas, agarras tu maleta y sabes que aún queda camino por recorrer, y estás feliz, de saber leer.