No te quiero, porque me quieres (Quien quiero no me quiere)
Ella lo ama, está segura. Quiere amarlo, está cansada de su virginidad. Está cansada de no ser dueña de un cuerpo ajeno, y tampoco serlo completamente de aquél con que nació. Siempre ha dicho que no, que no y mil veces no, a tantas promesas, ganas y deseos, y sus noches son tan largas como sus dedos, oscuridad con labios entrelazados entre si mismos, suspirando, añorando un amor profundo y explosivo. Tanto que sería vulgar contar lo que hace secretamente. Un amor que la llene de alegría, en el corazón y todo lo demás.
A Eduardo le gusta muchísima su vecina. Ella tiene apenas 15 años, y él, 18. Parece que no está bien, le han dicho algunos. A ella, Adriana, le gusta el hermano mayor de él, Ernesto. El más grande se ha aprovechado de eso, y lo que el menor cree que está mal ya son talones que se encuentran en decenas de ángulos -como besándose también- en su propia cama, cuándo se va a jugar béisbol.
Dejando su bate a su lado, Eduardo se tiende sobre el campo, después del entrenamiento y ve las nubes pensando en ella. Ve como se forma su nombre junto al de su añorada, mientras ella le grita imbécil a su hermano después de haber exclamado y reclamado placer porque no hay más nada para ella de él, el resto, lo demás, lo que se sueña, es para Camila, la novia, quién como él, estudia ingeniería. De nada sirvió dejar de ser niña con él, soltar las muñecas para que él sostuviera las suyas, de niña mujer.
Y se acaba la historia con Magdalena, mayor que todos ellos, quién como esperan termina el cuadrado, tan pendiente de Eduardo, que está enamorado de Adriana, y preocupada por ella, porque la ama y Eduardo lo sabe e incluso Ernesto lo sabe. ¿Quién no lo sabe ya?, aunque la pequeña lo rechace delante de ellos, en medio de gritos y lágrimas.
Magda, como le dicen, cree que Adriana dejó de ser niña con el chico del campo de pelota y que es Ernesto quién trata de evitarlo, a veces, sin éxito. Tan equivocada pero llena de amor en su corazón que se despierta llorando en su cama y quiere ir corriendo entonces hasta la de Adriana pero se calma, piensa que no debe ser tan impulsiva.
¿Se entiende, no? Es apenas una niña, su hija.
A Eduardo le gusta muchísima su vecina. Ella tiene apenas 15 años, y él, 18. Parece que no está bien, le han dicho algunos. A ella, Adriana, le gusta el hermano mayor de él, Ernesto. El más grande se ha aprovechado de eso, y lo que el menor cree que está mal ya son talones que se encuentran en decenas de ángulos -como besándose también- en su propia cama, cuándo se va a jugar béisbol.
Dejando su bate a su lado, Eduardo se tiende sobre el campo, después del entrenamiento y ve las nubes pensando en ella. Ve como se forma su nombre junto al de su añorada, mientras ella le grita imbécil a su hermano después de haber exclamado y reclamado placer porque no hay más nada para ella de él, el resto, lo demás, lo que se sueña, es para Camila, la novia, quién como él, estudia ingeniería. De nada sirvió dejar de ser niña con él, soltar las muñecas para que él sostuviera las suyas, de niña mujer.
Y se acaba la historia con Magdalena, mayor que todos ellos, quién como esperan termina el cuadrado, tan pendiente de Eduardo, que está enamorado de Adriana, y preocupada por ella, porque la ama y Eduardo lo sabe e incluso Ernesto lo sabe. ¿Quién no lo sabe ya?, aunque la pequeña lo rechace delante de ellos, en medio de gritos y lágrimas.
Magda, como le dicen, cree que Adriana dejó de ser niña con el chico del campo de pelota y que es Ernesto quién trata de evitarlo, a veces, sin éxito. Tan equivocada pero llena de amor en su corazón que se despierta llorando en su cama y quiere ir corriendo entonces hasta la de Adriana pero se calma, piensa que no debe ser tan impulsiva.
¿Se entiende, no? Es apenas una niña, su hija.
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