Confesionario de un poeta triste - VII
No creo en la familia.
No creo en mis padres.
Los hijos no creen en sus padres.
Mi padre tiene razón en tantas cosas,
Como en las que esta terriblemente equivocado,
Al igual que en un espejo, admiro los detalles que muy bien están,
Y noto con atención, los que están inversos,
Aunque en supraterrenal preexistencia
Sé que algo no anda bien. No creo en los padres.
El antiquísimo autor de la obra familiar, no debió estar tan loco,
Ni tan ebrio, ni siquiera tan equivocado.
Los papeles fueron mal dados, y como en la Guerra del Ajedrez,
El rey se mueve muy poco, y es poco eficaz,
Aquel monarca desdichado para las estrategias lo ordena todo,
Nunca dictan las reglas de éste.
Por petición unánime y desesperada,
explico donde queda la escuela para padres:
Allí donde les molestaba el grito, la injusticia,
la palabra que faltó, la incomprensión,
En la promesa que en tu hogar eso no pasaría,
En que no fallará esa madre que no existió,
En que no se irá de casa el padre.
En que se amarán.
Queridos hijos de la Tierra:
Es su deber no creer en sus padres, refutar lo que dicen,
Desear y añorar en sueños juveniles cambiar el mundo,
De nuevo, si es necesario, claro está.
Pues, han sido ustedes quienes han volcado este verdiazul hogar planetario, quienes han provocado la palabra Historia, quienes han desechado, por la inconformidad de los hijos, por la sociedad, por los valores de los padres, el ambiente que les rodea.
Es que hemos evolucionado,
No pregono la felicidad gracias al progreso,
Y admito los grandes errores humanos,
Ya Cristo murió en la Cruz.
Asesinemos entonces, los fósiles de nuestra sociedad,
Pues así, cumpliremos con la profecía,
Y sea bueno o malo, actuaremos por la evolución del Mundo,
Cambiaremos.
Aunque crucifiquemos otra vez a nuestro nuevo Mesías.