jueves, 30 de abril de 2009

Fuego

Estando lejos, hay cosas difíciles de transmitir. A kilómetros de distancia, nacen ganas de escribir una carta apresurada o decidir sin demasiada cavilación un regreso inesperado. Bajo una tormenta de nieve, se aprende a controlar el cuerpo mediante el Yoga y eliminar la desesperante sensación de frío. Para eso, el templo biológico debe obedecer a su habitante y adaptarse para sobrevivir, e incluso hacer ejercicios espirituales. Desarrollar una fortaleza que permita ser dueño de tu destino.

Pulmones, hígado, arterias, hormonas. Todo orquestado según su director para combatir enfermedades, desarrollar músculos, modificar la temperatura. Si afuera hay frío, calentarse. Lo dijo el gurú: yo soy un maestro porque cuando como, como y cuando duermo, duermo. Un presente perfecto, imperturbado por lo emocional, lo físico y con lo espiritual como gran eje de poder y control. Un universo que gira alrededor de tus decisiones y de aceptación paciente: lo que ha de ser, será y estará bien.

El lama siente culpa. Porque se fue, porque no se quedó luchando, porque abandonó. Siente que pudo tomar otras decisiones: pelear, luchar, insistir. Evitar que uno de sus mejores amigos se alejara del budismo y pidiera reingresar al Ejército, ahora Rojo, más sanguinario y violento. Aunque su país no lo hubiese querido, lo repudiara, aunque la sociedad se acobardara y lo abandonara, él quería ser ejemplo y líder, y que con él su mundo se volviese mejor.

Hay dolor en la carta que ha leído. No sólo se han olvidado de él y le han dicho que es mejor que no esté. Algunos se alegran: aquí no haces falta. Unos se han unido a quienes lo persiguen y repudian: menos mal que no estás, tú decidiste irte en vez de unirte. Ni siquiera le han dado tiempo de meditarlo, de entenderlo y hasta se han burlado. Estando allá no sabía que secretamente ya conspiraban contra él y en su lugar, sintieron que él era el traidor, el dañino, el que no se enteraba que había llegado una Revolución que acomodaría las cosas, ahora sí, después de tantos años de deuda social y decaimiento espiritual. Ahora si serían mejores las cosas.

El respeto y admiración que tanto despertó por ser un gran conocedor del Buda, del Zen, de sus habilidades psíquicas, no borraban el quehacer político y la ideología. Quienes no estén de acuerdo, que se vayan. Quien alguna vez fue su amigo del colegio, ahora participaba en la destrucción de templos y quemas de sagradas escrituras. Ya tú no estás aquí, le ha escrito.

Ellos siguieron, continuaron. Él se fue obligado, expulsado, perseguido. Quedarse lo arriesgaba a la muerte, antes de poder realizar un cambio en el nuevo Estado Chino, en salvar al Tibet, en ser lo que durante siglos de teocracia habían alcanzado como sociedad, única, independiente y libre. En volver a estar en paz y continuar lo que la tradición había estipulado. Ahora, en el exilio, como el Dalai Lama, quedaba la construcción de un Tibet espiritual, que habita en cada uno y que no reside ya más en un espacio geográfico específico sino en un ideario superior.

Hoy no hay bastonazos, no está el maestro, sólo su recuerdo. Sólo se posee la esperanza de saber que en algún momento volverá, o que el Universo lo tomará para otra misión y será nombrado su sucesor. Ese que algún día podría ser él mismo. Mientras tanto, el segundo infinitesimal.

Entenderse a sí mismo, porqué se fue, porqué no hizo, porqué no inmolarse. La intuición de una misión superior y distinta, de continuación y el elegir bien sus batallas. Los de atrás, decidieron permanecer en el conformismo básico y primitivo, en la cobardía de no tomar control de sus vidas y en idolatrar fantasías improbables que se llevarán más muertos y destrucción que utopias comunistas de felicidad nacional.

Y él en su camino, cada vez más conciente. Con una alegría sin estridencias, una risa sin carcajadas, un optimismo observado, un actitud positiva sin engaños. Prendió el incienso pero no apagó el fósforo, al que se quedó mirando, viéndole consumirse por la pasión pero irremediablemente falleciendo, tan sólo apenas quemando la punta de sus dedos. Y él, incólume ante el fuego abrasador que no logra hacerle daño, pero si reducir a cenizas las cartas, los insultos y el pasado.

El fuego, que ha destruido sus templos y disparado cañones, también sirve para despertar aromas de paz y dejar atrás todo vestigio, y señal de un presente, que ni le pertenece ni lo mueve. Sabrá China y sus chinos lo que desean, piensa y el Tibet siempre se guardará en la retina y las neuronas, residenciado para siempre en el alma de los suyos. Finalmente, él abraza su destino, más allá de unas fronteras y de un país, y de un planeta.

2 comentarios:

|andi.na| dijo...

...
voy a pensar que ahora te la pasas oliendo incienso a cada rato, y fumándote una bien arrecha :D

está bueno.
Paciencia :)

Anónimo dijo...

<3 amor