viernes, 17 de abril de 2009

Paciencia

"Una canción que dice que uno sólo conserva lo que no amarra" - Mi guitarra y vos, Jorge Drexler

Ante la luz de la lámpara, el maestro acercó su rostro al del alumno, que asombrado, perplejo, sintiéndose que no estaba listo, abrió el corazón para recibir aquel torrente de luz. La ciencia de la paz, le dijo, apelando a ese secretismo zen en que la interpretación del mensaje es la clave desentrañada por medio de largas contemplaciones en la posición del loto. No siempre hay justicia, la verdad tiene tres caras -la tuya, la mía y la del observador externo- y al tomar decisiones, siempre es mejor la que ayude a la mayor cantidad de personas.

Eso resonó en los oídos del alumno. Qué sabio y poderoso su Maestro, mientras al mismo tiempo, la carne, el corazón, el cerebro cedían ante alguna duda, cierto pasado aún resguardado en un viejito rincón de un baúl olvidado y la insalvable cualidad de ser un imperfecto ser humano. Su cráneo afeitado, su túnica y su cuerpo, no daban señales de esa otra vida, abandonada, superada, que tuvo antes, en un pueblo lejano de China, del que huyó perseguido por sus ideas rebeldes y que le regaló un mapa distinto de la vida y la existencia, desde la indigencia hasta la riqueza, de la lujuria a la abstinencia, y toda la circunferencia cromática que nos regala la existencia terrena.

No, no hubo justicia para él, su verdad no era opuesta a la que le enseñaban sino distinta, de buscador, de insaciable, de preguntón, pero atrás quedó su familia, sus amigos y decenas de personas que le dijeron, adáptate, acéptalo, olvídate de esas cosas que no te llevarán a nada bueno. Pero es irremediable un corazón y una mente que se desenfundan, como armas del espíritu, cuando se siente ese llamado, a veces difuso y después más claro, de buscar dentro de sí mismo y encontrar algo tan cercano como arduo: conocerse a sí mismo.

Supo entonces que amaba como su madre y pensaba como su padre, que tenía un corazón de Yin y una mente de Yang. Que tenía ideas masculinas pero sentimientos femeninos. Que era inteligente pero emotivo, y al mismo tiempo podía ser frío y fantasioso. Eran juguetones sus atributos, y como su marca astrológica, debía dominarlos para sacar lo mejor de sí, una mente controlada, capaz de llevarlo a profundidades meditativas y una corazón potente, que se entrega y ama, pero que no se regala ni descontrola. Como un cuchillo afilado, que sirve para cocinar, matar, suicidarse y defenderse. Así son nuestras cualidades, encrucijadas para llevarnos al camino que vamos eligiendo.

El cuchillo que mata, no debe además matarte a tí mismo. Es una herramienta que sin ser malvada en sí misma, es también la de un cocinero y un artista marcial. Puede ser también solidario y defensivo. Puede ayudar, colaborar, dar sin esperar nada a cambio. Y puede cambiar. Allí está el oro, que hace un Buda y destruye conciencias. Allí están las monedas, que compran lujos o ayudan al necesitado. Y están los grises, las medias tintas, los usos alternos y hasta la innovación.

Y la paciencia, la ciencia de la paz, la que no se pre-ocupa sino se ocupa. La sabiduría del que sabe que todo lo que sucede es posible y pertenece a obstáculos superables para quienes los enfrentan. Nada es superior a tus propias capacidades, así que se mide el tamaño del alma con los retos que se te proponen, y tu capacidad, cuchillo bien afilado, de transformar un problema, en una oportunidad.

Así pensó el alumno mientras el Maestro recitaba el Om, les pedía controlar su respiración, indagar dentro de sí mismos y hablar con su corazón, con la mente atenta y sintonizada. Quisiera quedarse siempre con él, recibiendo su ayuda, su luz, sus palabras, pero debe también tener su propio camino el Lama chino, conseguir sus respuestas y aprender del silencio y la soledad. Un alumno elegido, para ser Maestro también.