Botón secreto
Este poema empieza con una palabra rebuscada, así de simple. No ha empezado entonces. En todo caso esto sería un preludio de éste. Allí está la cuestión esta que no reconocemos. En el Este de mi cerebro. Allí está éste. El poema que no ha empezado quiero decir. Uhmmm, este… no sé ya cómo caí aquí, mejor me como esta introducción.
Pulsé el botón y todo se paralizó. Primero silencio. Solté un grito loco, siempre es distinto. Ya podía hacer todo lo que cada muchacho desearía hacer cuando todos están dormidos, ciegos, paralizados como en la mejor fantasía infantil. Era un martes, aburridísimo. Clases de química con la profesora Herminia. Ella estaba sentada en su escritorio mientras Isabel le preguntaba algo con una posición que provocaba los pitos de los otros muchachos. No esta vez. Herminia no lo tolera. Igual todos comentan aunque yo de verdad no entienda.
Yo me sonreía infinitamente viendo hacia todos lados, observándolos como si fuesen estatuas, como fotografías. A mi izquierda, hacia atrás, Manuel se reía con las muchachas, las conquistaba, era pequeño pero ocurrente. Fui directo hacia él para cortarle un buen mechón de su cabello castaño con una tijera que había llevado para la ocasión. Luego me dirigí hacia los libros de Luis para depositarlos en el bote de basura, así sabrá lo que se siente. El toque maestro fue muchos, muchos besos sobre el rostro, ojos y labios de Adriana, la que me dijo que no para ir al bowling un fin de semana con una amabilidad y sorpresa tan auténticas que hacia imposible odiarla, o matarla. A pesar de salir con Eduardo.
Regresé a mi puesto después de lavarme las manos, mirar a la cara a algunas muchachas a las cuales no me atrevía, darle algunos codazos en la cara a ciertos imbéciles y abrirle la blusa a la profesora. Pisé el botón y tras dos segundos sonó el timbre de salida. Muchos gritaron confundidos, uno lloró, una se quedó sin habla. Manuel se río de lo imposible de su mágico corte de cabello instantáneo, lo que bajó a todos de nuevo a la realidad.
Yo agarré mi bulto calladamente, esquivando a los más grandes que corrían hacia la puerta de madera. Desvié mi mirada como siempre de las chicas y de posibles culpabilidades. Me sentí feo e inevitablemente seguí caminando despacio pero decidido. Pensando en los exámenes de mañana, en la venganza diaria, en mi botón secreto.
Pulsé el botón y todo se paralizó. Primero silencio. Solté un grito loco, siempre es distinto. Ya podía hacer todo lo que cada muchacho desearía hacer cuando todos están dormidos, ciegos, paralizados como en la mejor fantasía infantil. Era un martes, aburridísimo. Clases de química con la profesora Herminia. Ella estaba sentada en su escritorio mientras Isabel le preguntaba algo con una posición que provocaba los pitos de los otros muchachos. No esta vez. Herminia no lo tolera. Igual todos comentan aunque yo de verdad no entienda.
Yo me sonreía infinitamente viendo hacia todos lados, observándolos como si fuesen estatuas, como fotografías. A mi izquierda, hacia atrás, Manuel se reía con las muchachas, las conquistaba, era pequeño pero ocurrente. Fui directo hacia él para cortarle un buen mechón de su cabello castaño con una tijera que había llevado para la ocasión. Luego me dirigí hacia los libros de Luis para depositarlos en el bote de basura, así sabrá lo que se siente. El toque maestro fue muchos, muchos besos sobre el rostro, ojos y labios de Adriana, la que me dijo que no para ir al bowling un fin de semana con una amabilidad y sorpresa tan auténticas que hacia imposible odiarla, o matarla. A pesar de salir con Eduardo.
Regresé a mi puesto después de lavarme las manos, mirar a la cara a algunas muchachas a las cuales no me atrevía, darle algunos codazos en la cara a ciertos imbéciles y abrirle la blusa a la profesora. Pisé el botón y tras dos segundos sonó el timbre de salida. Muchos gritaron confundidos, uno lloró, una se quedó sin habla. Manuel se río de lo imposible de su mágico corte de cabello instantáneo, lo que bajó a todos de nuevo a la realidad.
Yo agarré mi bulto calladamente, esquivando a los más grandes que corrían hacia la puerta de madera. Desvié mi mirada como siempre de las chicas y de posibles culpabilidades. Me sentí feo e inevitablemente seguí caminando despacio pero decidido. Pensando en los exámenes de mañana, en la venganza diaria, en mi botón secreto.
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