Explosión de malta
Destapó la malta, con emoción, feliz de acompañar la empanadita de queso, que se retorcía en la servilleta dura y gris, enchumbada de aceite. El espumoso líquido marrón se esparció con toda su dulzura industrial sobre la pizarra ante la mirada atónita de la maestra y las risas de los niños. La mancha resultante, inmune a cualquier intento de limpieza a corto plazo, acabó con la mañana de aprendizaje, catapultando la erupción de su primer amor.
La maestra acarició su cabello, secó sus lágrimas y le animó a terminarse el desayuno. "Tranquilo, olvídalo, cómete tu empanada, que te la hizo tu mamá con mucho cariño". El entorno no podía ser más romántico, haciendo el momento memorable. Abrazos y felicitaciones de pequeñas manitas llenas de jugo, compota, cereal y azúcar que celebraban el final adelantado de la jornada estudiantil.
Por amor, valía cometer locuras, así fuese por descuido u olvido. Horas antes, unas pataditas a la lonchera en el camino de la casa a la escuela habían ayudado a la explosión.