Melissa no sabe bailar
Bajo esta
luz, a ella no se le veían las cicatrices de todos los embarazos inseminados
por los chismes de las señoras de la cuadra. Al contrario, lucía un gran cuerpo
que tampoco evidenciaba los abortos y juergas atribuidas por las abundantes
vecinas. Melissa se exhibía, de eso no hay duda. Pestañaba a velocidades
estrambóticas por timidez al hablar con algún joven que la abordara en una
fiesta. Sudaba, chocaba las manos que se acurrucaban una con la otra,
tartamudeaba como un millón de martillos.
“Es que yo no bailo”, decía falleciendo
de vergüenza. Como con las peleas imaginarias, sus diálogos mentales incluían
historias fantásticas para dar mejores excusas. Ocurrencias tan divertidas que
llevaran a una conversación, al romance, al amor, a casarse y.. "quieres
bailar?". No la dejan soñar en paz con tanta invitación a mover las
caderas. Ahora es el momento de brillar. “Es que yo no bailo”. Los pies se le
enfriaron de nuevo.
Ella
quisiera lucirse como santurrona delante de las señoras de lengua alegre que
viven cerca de su casa. Si la vieran ahora mismo, negada a beber cerveza, a
dejarse llevar por la orgía musical de jóvenes y las charlas susurradas en las esquinas
con menos luz. Ella quiere que ellas sepan, porque le dicen buenos días con los
labios y le reprochan con la mirada que ellas no saben en qué anda, por lo que
debe ser lo que ellas sospechan. Malos pasos. Ni siquiera eso, porque ella no
baila por vergüenza. Quiere es volar en los brazos del amor, pero la
interrumpen otra vez, para preguntar si quiere bailar. "¡Ya dije que
no!", grita. Pero la música está muy alta, la luz muy baja y la noche muy
joven para perderla así.
Se va para su casa. Una de las mayores informantes
vecinas la ve entrando a casa, vestida como si quisiera bailar hasta el
amanecer. La señora supone que va saliendo: "¿y ahora para dónde
irá?".
No hay comentarios:
Publicar un comentario