Yo quiero un bosque
Yo quiero un bosque. Uno en el que me pueda esconder en las
pequeñitas sombras que dan los árboles cuando nadie está viendo. Mirar
la textura de una hoja sin hacer ruido, ni que ella lo note. Andar de
gota en gota, haciéndoles bromas a las aves. Crecer lentamente,
disimulando, como el musgo. Ver a los tigres dar las buenas tardes, a
los hongos discutir de política, a un mono preparándose la cena después
de un largo día.
Yo quiero ser un bosque pintado. Estar en un marco elegante, en un
museo con un nombre de un zombi afamado. Quiero sentir el aire
acondicionado, toser cuando a todo el mundo se le olvida que está
prohibido el silencio por más de 17 minutos. Mirar debajo de las faldas
de las visitantes cuando se van a ver otro cuadro. Quiero colores
alargados, que se estiren como si se acabaran de despertar. Sombras
ocupadas, impacientes por cumplir con su agenda. Pinceladas arrogantes,
que apenas nos dirijan la palabra. Quiero reírme a sus espaldas.
Quiero darte un bosque. De caramelo y paciencia, de flor y mordida,
de caricia beige. Tupido, desinteresado, fuerte. Que se embriague con la
lluvia y se derrita con el sol, que se vuelva lava y nieve, maldad y
crías de liebre. Que descanse entre los espacios que hay entre los
trozos de tierra, nitrógeno y luz, alimento de pintores. Que le die
miedo nadar, pero no volar, que tenga aspiraciones y temor de no
cumplirlas, que quiera viajar y ver el mundo, arrojarse a la aventura y
nunca dejar morir a su niño interior. Que sea como tú.