Me fallaron
Hoy acudo a este solemne lugar para hacer un reclamo. Quiero dejar constancia del dolor acaecido por los canales regulares que han caído sobre mí de forma equivoca. Por favor, haga la anotación, si quiere una nota al margen, que hubo una equivocación. No quiero una orquesta, una protesta ni un mural, sino que usted lo oiga de mi propia voz pero también vengo a dejar pruebas de mi desagrado, de mi tristeza y la huella dejada sin consideración adecuada.
Entiendo que sea inevitable, como la mancha de sangre de la pared de fusilamiento, como el decreto firmado que ya corre por las venas del coronel, como un chisme cuyas palabras ya no le pertenecen a nadie. Son esclavos de lo que han dicho, esculpido en mentes ajenas en comentarios de pasillo, en lo formalmente establecido.
Me fallaron. Ese es el dictamen que vengo a dejar acá consignado.
Siento que me fallaron. Que tenían que haberme cuidado mejor, que sus palabras debieron guiarme de forma más correcta para cumplir con sus expectativas, que comunicaron de forma errónea sus deseos y que al cabo de la noche, en la esperanza del nuevo día, no hicieron lo necesario para que un ser humano no pasara por el camino oscuro que no debía cruzar en esta aventura acordada.
Y sí, esperaba que me cuidaran, porque acá estamos todos compartiendo existencia, colaboración y destino. Porque nadie le va mejor porque otro se extravíe, porque mi enemigo me enseñó con su saña que nadie hiere a otro sin provocarse así mismo una inexorable devolución, una gravedad planetaria que juega con la física, la metafísica y la poesía.
Acá quiero dejar constancia, porque pasará el tiempo, se moverán las cosas, cambiaremos, esto tan sólido se va a derretir, lo pequeño crecerá, lo grande va a implosionar y lo nuestro será de otros, pero nada podrá cambiar el pasado, una condena inevitable.
Entonces acá el horror y el dolor, el error y el verso horrible que apareció mientras trato de arrancármelo todo en la transcripción. Es recordar los días sin paseos en que fue urgente caminar. En los pensamientos intrusivos que no se pudieron recortar, como un programa de televisión indeseable que se borra con un dedo. Quedan así documentados los reproches que se encaracolaron como pequeñas motas de polvo en resquicios a los que las lágrimas no lograban sacar.
Mediante este texto, los considero perdonados, por mis propios errores reflejados, por la falta de compañía y por las decisiones horribles tomadas con la mejor de los posibles escenarios. Así quedamos, gracias. Mi constancia, sí, muy amble.
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