Minotauro
Mientras gotas de hierro afilado manchaban su sangre rojísima a punto de estallar, su pecho de piel rasgada empujaba con fuerza hacia delante como un escudo desafiante. El Minotauro obligaba sus patas equinas a imaginar un fuete que golpeara con ahínco su orgullo de mortal, aplastando la carne contra el arma, como si su vida se extinguiera con la caída del sol y, burlándose al no tener nada qué perder, pudiese vencerla al suicidarse.
Confiada, y engañada sin saberlo, la mano brutal que empuña la daga retrocede para dar la estocada largamente saboreada, mientras su víctima ensancha el pecho con aire y resignación. La espada vuela en dirección al asesinato y el astado se quita de golpe, viendo caer la muerte de bruces a sus espaldas, humillada.
Sonríe antes de la venganza. Se queda inmóvil sabiendo que la espada girará buscando su cuello, que no escapará.
Ríe callado, olvidando el terror de saberse condenado: morir hoy, mañana o mientras duerme. Es vivir lo que te amenaza: ¿cómo saber si Dios te aplasta mañana mismo en su indiscutible voluntad? Lo metafísico llega después: enfrentar la situación de preguntarse qué hacer delante de un ser que aparecerá como un poderoso ente infinito y vivo, mientras uno sólo es un espectro fantasmal. Preguntarse como se llega a esta situación, si ya había decidido creerse todo un inmoral, y a Dios, improbable.
Rodilla sangrante y oscura, decide partir a espaldas del asesino, amparado por el inexorable viento del tiempo y el destino fugaz de la vida. El Minotauro, bien sabe que mañana morirá como Buda, con cada segundo de su vida, o como una mala hierba arrancada por la jardinera, también sabe que podría revivir como el día después de la oscura noche, no ser más que un segundo que no vuelve, esperar la esperanza de un cielo o temer un final de desintegración, podredumbre y final con telón funerario de seda púrpura.
Al final, sólo tiene, como tú, una cuenta regresiva.
Confiada, y engañada sin saberlo, la mano brutal que empuña la daga retrocede para dar la estocada largamente saboreada, mientras su víctima ensancha el pecho con aire y resignación. La espada vuela en dirección al asesinato y el astado se quita de golpe, viendo caer la muerte de bruces a sus espaldas, humillada.
Sonríe antes de la venganza. Se queda inmóvil sabiendo que la espada girará buscando su cuello, que no escapará.
Ríe callado, olvidando el terror de saberse condenado: morir hoy, mañana o mientras duerme. Es vivir lo que te amenaza: ¿cómo saber si Dios te aplasta mañana mismo en su indiscutible voluntad? Lo metafísico llega después: enfrentar la situación de preguntarse qué hacer delante de un ser que aparecerá como un poderoso ente infinito y vivo, mientras uno sólo es un espectro fantasmal. Preguntarse como se llega a esta situación, si ya había decidido creerse todo un inmoral, y a Dios, improbable.
Rodilla sangrante y oscura, decide partir a espaldas del asesino, amparado por el inexorable viento del tiempo y el destino fugaz de la vida. El Minotauro, bien sabe que mañana morirá como Buda, con cada segundo de su vida, o como una mala hierba arrancada por la jardinera, también sabe que podría revivir como el día después de la oscura noche, no ser más que un segundo que no vuelve, esperar la esperanza de un cielo o temer un final de desintegración, podredumbre y final con telón funerario de seda púrpura.
Al final, sólo tiene, como tú, una cuenta regresiva.