sábado, 7 de julio de 2007

Así lo soñé (así lo escribí)

Siempre sucede lo mismo. La situación se repite una y otra vez. Cada vez que tu alma elige una nueva vida, otro destino, un cuerpo renovado, padres, karmas, nombre. Tú, luego de años de supervivencia emocional y psíquica, te reencuentras con la hermana mejor de un gran amigo de la infancia.

Ella que era tan sólo una niña, ahora es una mujer y mucho más. Te ve con ojos de amor inmaduro, de fantasía prohibida, de “qué bonito” que esto sea tan triste. Un hembra en las inconfundibles vibraciones de sus escondrijos mentales. Sin querer nos volvimos a ver, en una de esas visitas obligadas de la familia, y ella muy amablemente sacó unas sillas para que nos sentáramos a hablar.

Al mismo tiempo tímida, insegura, con sus largos cabellos bien peinados, sencilla, como si fuese pequeñita toda la vida y tú no te quedaras viéndole las hermosas tetas ni pidieras agua para verla parada, esplendorosa pero con ganas de sudar de placer, hablábamos sonriendo, divertidos por la casualidad, felices de este comienzo tan inesperado.

Lo soñé tan vívidamente que no tuve tiempo de deprimirme porque un amor así de cósmico, imposible y ensoñado, sucediese efectivamente en mis sábanas pero en la soledad de mi cuerpo, aislado sobre mi cama en la inconsciencia de la alucinación inconsciente.

Difuminada en su blanco vestido, confundida con la limpieza de las paredes de su casa, ella parecía ser menos carnal que otras personas, brillando de pureza, cualquiera que ésta fuese. Durante nuestra conversación evitaba verme directamente así como distraerse, sonriendo y diciéndome con los ojos, sus ganas de un pequeño beso, alegre por que la vida nos fuese tan bondadosa, queriendo escuchar el porqué mis padres se divorciaron y contarme el porqué los suyos.

La intenté besar entonces, y ladeó su rostro –también tímidamente, muy humilde-, molestándome por mi desesperación y torpeza de solitario, pero ella sonrío y dijo: hablemos.

Con todas las fotografías que guardó para que no me perdiese –si es que efectivamente yo era quién ella esperaba, su Mesías en el reino de su amor-, su vida, su adolescencia, su evolución, me enseñó también la foto de Juan Carlos, su hermano, para que la recordase plenamente en ese mínimo instante que nos vimos en una visita a su casa. Nombre y apellidos: Josny Parra. Allí la vi con Su cabello castaño y lentes de pasta, siempre sonriendo y diciendo: estaba sola.

Y no me importó no recordarla, porque mi sueño fue tan real que cuándo pregunté por Juan Carlos –que si lo recuerdo en mi vida lúcida y real-, no entendí sus palabras y pedí que me repitiera, de nuevo me perdí lo que dijo y no insistí más. Me interesó sólo el hecho –mental por supuesto- de encontrar el momento perfecto para tomar su blanquísima cara y encontrar una forma de unir –como hasta ahora había sido imposible- nuestros labios.

Y ahora si lo fue. Un pequeñísimo beso que ella me dio, con su boca cerradita, rosada y cercana. Un beso para luego despertar sin saber más de ella.

Así lo escribí.

Crimen sin víctima

¿Cómo se puede escribir con todos estos ruidos sordos alrededor del centro de mi universo? Yo, que juré que moriría bañado en mi tinta, he aprendido a ser pulpo para resolverme un montón de problemas, construyendo millones de autopistas para entenderme, para llegar hasta dónde ahora mismo estoy. El castigo es la poesía.

Por eso, lo que no sé aún es sumergirme dentro de mi cerebro cuándo todos me están mirando. Cuándo la boca de la amante, extasiada quiere volver a alcanzar tu erección y tú ya te distraes con cualquier punto en la pared.

¿Será quizás que la poesía se agota en la miseria de la cotidianeidad? ¿Será verdad que el día a día, oxida, retracta, dobla? ¿Si se sufre, porqué no es tan fácil ahora desbordarse etílicamente en figuras de todos colores, en olores inmortales, en dolores imponentes?

La pantalla del televisor: gritando. Y es imposible saber si alguien la ve, la observa, la entiende. Por eso mejor traigan samba, mariachi, salsa. Tambores de todas las islas, y un montón de otras cosas que suenen de todas formas. Llévate de mí este mundo, que tan callado está, con sus insoportables formas de hablar.

Hay innumerables cosas indeseables y peligrosas, grotescas y comunes, aburridamente personales que no podría contarte, increíblemente, quién se desnuda en adverbios, amante de las palabras largas, de los idiomas que no habla, desprecio de las culturas desconocidas. De nada serviría, no nos interesan. A menos que quieras escucharme para esperar el mejor momento para un beso.

¿Me saldrá un verso de esta forma? Llevo hasta aquí casi dos docenas de líneas, y lleno de vacíos, de lucecitas oscuras, de lógica femenina e inteligencia militar, tengo que decir, me rindo. Esta noche no hay poesía, lo que hay es desconcierto.

¿Quién no hay tenido días así en su vida?

Fuiste tú mi accidente afortunado, con quién quise jugar al amor libre, la apuesta segura. Te engañé, enamorándome, actuando con toda la naturalidad del experimentado amante, nervioso, inquieto. Yo no te vi venir, y tú abriste las piernas sonriendo, sin saber lo que –aún- estabas haciendo.

Quise borrarte de mis líneas, siendo pluma y papel, libro largamente deseado. Lo hice todo por ti, cosas que por nadie más, y te golpeé de formas que no lo haría ni con el traidor de mi padre. Y tú, que tan sólo fuiste todo lo que poderosamente eres, sirena de fuego, aurora secreta, nieve morena, eterno amor, me atrapaste en tu trampa involuntaria.

Por que siempre fuiste apenas un oxímoron.

¿Quién no ha tenido una vida así, a través de sus días?

viernes, 6 de julio de 2007

La peor parte (para mis amigos)

Debo admitir que la peor parte de morir es perder a los amigos. Yo, quien he pensado en lo cercana que puede ser la muerte de cualquiera de nosotros y de quienes amamos, me he imaginado fuera de mi cuerpo, viendo mi ataúd descender a las oscuridades de la sepultura, y junto a ustedes alargar mi cara hasta derramarme sobre los charcos que la lluvia ha formado y que no logra que ni uno de ustedes se mueva.

En mi funeral, mis amigos, imagino canciones, dibujos, poemas. Yo quiero un montón de guitarras sonando pero no canciones tristes. No quiero escuchar versos lamentando que no haya vivido más. Quiero verme dibujado como siempre, sonriendo, ebrio, hablando a gritos.

Quiero que me lancen sus discos, sus libros, sus logros. Díganme que la vida los llevo por caminos inesperados, desesperados, pedregosos e insanos, que se divirtieron, que se fueron y vivieron, que tomaron aviones, barcos, trenes, autobuses, caminos terribles, bicicletas rotas. Que fracasaron y triunfaron, que se tomaron la vida con todo su sabor, aprendiendo primeros auxilios para lágrimas, reconstrucción de almas, invisibilidad y telepatía.

Cuéntenles de mí a sus hijos e hijas, esos que estudian en la Universidad, a los que nunca más vieron, a los del divorcio, a los que se quedaron con ganas de amar más, a los que trabajan junto a ustedes. Saluden de mi parte a sus novios, novias, esposas, esposos, amantes, parejas escondidas, compañeros de celda, de hospital, de trabajo. Saluden a sus alumnos, y sus empleados, a los colegas y a los extranjeros.

¿Qué cosa puede ser el traspasar el umbral de esta vida que conocemos?¿Qué otra existencia nos persigue hora a hora, minuto y segundo, negándonos la inmortalidad humana?¿Hacia dónde batirán mis alas, navegarán mis escamas, correrán mis patas cuándo atraviese las puertas que se abren tras cerrar mis ojos, tantas noches practicado en sueños, sino hacia la oscuridad eterna, una nueva vida, el Nirvana, los paraísos celestiales, algún purgatorio criminal o el punzante infierno?

Como no lo puedo responder, sin tener que degollarme la mirada y ahogarme los sueños, y difícilmente me creo a mí mismo como un posible fantasma y además, con capacidad para volver, prefiero seguir sirviendo las copas, haciendo los chistes y escribiendo sobre sus vidas y lo que la mía implica. Escribir, escribir y escribir, más de lo que hasta ahora he hecho, para que ustedes se queden –ahora- con la mejor parte: vivir, vivir, vivir y déjenme a mí tranquilo, morir desangrado en letras.

En el río Ganges (la boca del diablo)

En el río Ganges me soñé bañándome, lavándome en sus aguas.

Testimonios recogidos en todo el mundo hablan del sabor de los besos del diablo. Sin metáforas necesarias ni sexualidad sugerente, estos besos no son vicios o pecados, festines de comida y licor ni bellísimas vampiresas. Un ósculo demoníaco no es tampoco alguna alucinación abrasiva con terribles consecuencias para la mente. Un beso del diablo es, cómo ya se ha explicado entonces, la boca de Satanás depositada por breves segundos sobre tus labios. Y su sabor, la del pan recién horneado.

Yo una vez soñé con esa caricia infernal, despertándome al día siguiente con un marcado sabor a vino sagrado en mi boca. Era un gusto extraño como culposo y mágico al mismo tiempo. Un enigma que jamás pude descifrar totalmente. Tan divino y prohibido como haber tocado con la punta de los dedos la espalda de la mujer ajena, quién temblando desnuda a tu lado, te recuerda que te debes ir, antes que llegue él.

Tu boca, celestial, está muy lejos de eso que yo sentí. Aunque tu cuello me huela a pan. Aunque con ese libro que nunca leíste, de Neruda, me hayas obsequiado al mismo tiempo tu cuerpo. Yo, una rosa, una manzana, una carta y un secreto, escondidos entre mis sábanas, que ese día no tocamos por falta de tiempo, por culpa de tener universos desencontrados y despedidas reservadas.

Ninguna de ella podía ser mía, porque yo debía decir adiós. Debía probar los besos del diablo.

lunes, 2 de julio de 2007

No te quiero, porque me quieres (Quien quiero no me quiere)

Ella lo ama, está segura. Quiere amarlo, está cansada de su virginidad. Está cansada de no ser dueña de un cuerpo ajeno, y tampoco serlo completamente de aquél con que nació. Siempre ha dicho que no, que no y mil veces no, a tantas promesas, ganas y deseos, y sus noches son tan largas como sus dedos, oscuridad con labios entrelazados entre si mismos, suspirando, añorando un amor profundo y explosivo. Tanto que sería vulgar contar lo que hace secretamente. Un amor que la llene de alegría, en el corazón y todo lo demás.

A Eduardo le gusta muchísima su vecina. Ella tiene apenas 15 años, y él, 18. Parece que no está bien, le han dicho algunos. A ella, Adriana, le gusta el hermano mayor de él, Ernesto. El más grande se ha aprovechado de eso, y lo que el menor cree que está mal ya son talones que se encuentran en decenas de ángulos -como besándose también- en su propia cama, cuándo se va a jugar béisbol.

Dejando su bate a su lado, Eduardo se tiende sobre el campo, después del entrenamiento y ve las nubes pensando en ella. Ve como se forma su nombre junto al de su añorada, mientras ella le grita imbécil a su hermano después de haber exclamado y reclamado placer porque no hay más nada para ella de él, el resto, lo demás, lo que se sueña, es para Camila, la novia, quién como él, estudia ingeniería. De nada sirvió dejar de ser niña con él, soltar las muñecas para que él sostuviera las suyas, de niña mujer.

Y se acaba la historia con Magdalena, mayor que todos ellos, quién como esperan termina el cuadrado, tan pendiente de Eduardo, que está enamorado de Adriana, y preocupada por ella, porque la ama y Eduardo lo sabe e incluso Ernesto lo sabe. ¿Quién no lo sabe ya?, aunque la pequeña lo rechace delante de ellos, en medio de gritos y lágrimas.

Magda, como le dicen, cree que Adriana dejó de ser niña con el chico del campo de pelota y que es Ernesto quién trata de evitarlo, a veces, sin éxito. Tan equivocada pero llena de amor en su corazón que se despierta llorando en su cama y quiere ir corriendo entonces hasta la de Adriana pero se calma, piensa que no debe ser tan impulsiva.

¿Se entiende, no? Es apenas una niña, su hija.

viernes, 13 de abril de 2007

Saber leer

El brazo subía y bajaba, como una palanca. Grasiento, fuerte, sudado, el brazo del obrero movía la palanca. Manchados sus dedos, tomaba el bocado y se arregla el casco naranja. No es atractivo, no está enamorado, no está feliz. No pertenece a ningún sindicato ni tiene algún problema especial. Está casado, tiene hijos, no importa cuántos. No hará nada genial en su vida, ni tendrá excesivos obstáculos. No es alcohólico, tiene muy buena memoria. Gran bailarín, es alto. Nunca usa medias de igual colores, confunde algunos olores. Es un brazo más, allí, en la fábrica, de una ciudad, en un país de este Universo.

Ella mete las manos en su monedero buscando un papel con un teléfono. Ella es la hija de alguien importante sin serlo ella misma. Ella es elegante, bonita, educada. Tiene vicios y manías, como otras personas, que la fama se ha encargado de inflar, agrandar y hacer públicos. Su mal aliento es noticioso, un beso es primera plana y su porte nacido para la pantalla. Le gusta usar el color rojo pero lo esconde y hasta lo niega. Ella morirá, cómo nosotros, y se hablará mucho pero se llorará menos. No la conocerás nunca, ella sólo es amiga de media docena de personas, aunque lo sepas todo de ella, que es genial.

Hoy un viejito rompió un récord. Muchas mujeres perdieron la virginidad y un papá se declaró homosexual. Otro papá mató a un hijo, sin querer. Una madre parió a su quinto hijo. Un avión casi se estrella, nada malo pasó, todos llegaron a tiempo a sus compromisos. Alguien descubrió una nueva estrella, se detuvo a un ladrón. Un perrito fue adoptado por un niño y un Presidente firmó un papel equivocado. Estalla una guerra, una estrella, una bomba. Hay un falso embarazo por una fortuna, acaba una telenovela. Se imprimen cientos de libros, se colapsa el Internet, se dañan automóviles. Todo esto sucede, y sigue sucediendo, y yo, sin querer, sin poder, sin saber, olvidarte.

Hay amores maduros, y otros, podridos. Hay obsesiones y pasiones. La lujuria se apodera de muchas parejas, de algunos locos, de muchos animales. Las estrellas crean un racimo cósmico de tanta potencia imaginativa que la mente de Dios se ilumina con el rocío sideral de la imposibilidad poética de su existencia lógica. El tren desacelera su marcha, llegando a su destino, te bajas, agarras tu maleta y sabes que aún queda camino por recorrer, y estás feliz, de saber leer.

martes, 13 de marzo de 2007

Minotauro

Mientras gotas de hierro afilado manchaban su sangre rojísima a punto de estallar, su pecho de piel rasgada empujaba con fuerza hacia delante como un escudo desafiante. El Minotauro obligaba sus patas equinas a imaginar un fuete que golpeara con ahínco su orgullo de mortal, aplastando la carne contra el arma, como si su vida se extinguiera con la caída del sol y, burlándose al no tener nada qué perder, pudiese vencerla al suicidarse.

Confiada, y engañada sin saberlo, la mano brutal que empuña la daga retrocede para dar la estocada largamente saboreada, mientras su víctima ensancha el pecho con aire y resignación. La espada vuela en dirección al asesinato y el astado se quita de golpe, viendo caer la muerte de bruces a sus espaldas, humillada.

Sonríe antes de la venganza. Se queda inmóvil sabiendo que la espada girará buscando su cuello, que no escapará.

Ríe callado, olvidando el terror de saberse condenado: morir hoy, mañana o mientras duerme. Es vivir lo que te amenaza: ¿cómo saber si Dios te aplasta mañana mismo en su indiscutible voluntad? Lo metafísico llega después: enfrentar la situación de preguntarse qué hacer delante de un ser que aparecerá como un poderoso ente infinito y vivo, mientras uno sólo es un espectro fantasmal. Preguntarse como se llega a esta situación, si ya había decidido creerse todo un inmoral, y a Dios, improbable.

Rodilla sangrante y oscura, decide partir a espaldas del asesino, amparado por el inexorable viento del tiempo y el destino fugaz de la vida. El Minotauro, bien sabe que mañana morirá como Buda, con cada segundo de su vida, o como una mala hierba arrancada por la jardinera, también sabe que podría revivir como el día después de la oscura noche, no ser más que un segundo que no vuelve, esperar la esperanza de un cielo o temer un final de desintegración, podredumbre y final con telón funerario de seda púrpura.

Al final, sólo tiene, como tú, una cuenta regresiva.