jueves, 22 de febrero de 2007

Léxico

Los hay de todo tipo: gordos para los charlatanes, chiquiticos para los vendedores. Morados y con olor a guáyaba, porque los hay comunistas e incluso diplomáticos. Hay léxicos golpeados por la vida y otros prostituidos por el constante uso. Hay históricos, bibliográficos y hasta geológicos. Aburridamente técnicos e incluso folkloristas. Todos se la pasan leyendo libros y periódicos, riéndose de nosotros, nunca de ellos mismos, ni siquiera de los léxicos más raros.

Para decirte lo que siento tendría que recurrir a un léxico con pinta de libreta de anotaciones de pintor. Debería convertirla en pequeñas pastillas léxicas para tomárnoslas los dos, con un té, de esos que han pasado 7 días al sereno con una estampita de la Virgen de posavasos. Así podría crecer dentro de nosotros, salirse por nuestros oídos y asomarse por los ojos. Eso sí sería darle un uso poético al silencio omnipresente de las palabras que no se dicen, pero se sienten.

Hay léxicos que duelen, claro, y por tanto, tienen palanca de retroceso. O léxicos que sorprenden y tienen miles de posibilidades para lamentar el dolor, algunos con letras más grandes, calientes, rojizas y las groserías, que son otras pero no son lexicográficamente separadas. Son millas y libras de léxicos, e incluso malas traducciones de los mismos. Hay este léxico que no me acuerdo como se llama y/o no nunca supe su título.

Hay algo que yo te quiero decir pero no sé cómo, porque no tengo el léxico suficiente.

jueves, 15 de febrero de 2007

Ojo de Verónica

Brillaban al revés, hacia adentro. Con un eclipse lunar desde dentro hacia fuera, como un espiral o un abismo, en realidad. Creo que más bien parecían un laberinto con el Minotauro cruzando rápidamente en cada parpadeo.

Exactamente eran así. Un abismo espiral que giraba dentro de su propio eje, cavilando nerviosos mientras dormían. Soñaban claro está, y la sonrisa venía inmediata. ¿Dije ya que tenía sus dientes completos? Mucho más allá, eran blancos, imperfectos microscópicamente, por tanto, encantadores sin ninguna duda.

Ojos cerrados, sonrisa inevitable y yo. Detrás de las cortinas de oscuridad, justo en el medio de las luces de neón que entran ruidosas por las ventanas, agitándolo todo. Yo aguantaba la respiración, el loco era otro, quien no era yo precisamente. Un ser inanimado, ¿para qué engañarnos?

La luz entra perpendicular por la ventana de cuatro vidrios en la ilustración de mi libro de lectura. Aquí no es diferente por eso me maravillo; es una fantasía hecha realidad porque recuerdo, perfectamente, que tú ya estabas allí cuándo yo no te veía. Y aún así, la vida continúo como si todo fuese una gran casualidad.

De repente, yo sentado frente a tí, viendo la luna eclipsar girando hacia dentro de sí misma en un oscurísimo abismo de forma espiral, dentro de tus ojos. Con un sonrisa imperfecta que te hace persona frente a mí, sentada también.

martes, 13 de febrero de 2007

Botón secreto

Este poema empieza con una palabra rebuscada, así de simple. No ha empezado entonces. En todo caso esto sería un preludio de éste. Allí está la cuestión esta que no reconocemos. En el Este de mi cerebro. Allí está éste. El poema que no ha empezado quiero decir. Uhmmm, este… no sé ya cómo caí aquí, mejor me como esta introducción.

Pulsé el botón y todo se paralizó. Primero silencio. Solté un grito loco, siempre es distinto. Ya podía hacer todo lo que cada muchacho desearía hacer cuando todos están dormidos, ciegos, paralizados como en la mejor fantasía infantil. Era un martes, aburridísimo. Clases de química con la profesora Herminia. Ella estaba sentada en su escritorio mientras Isabel le preguntaba algo con una posición que provocaba los pitos de los otros muchachos. No esta vez. Herminia no lo tolera. Igual todos comentan aunque yo de verdad no entienda.

Yo me sonreía infinitamente viendo hacia todos lados, observándolos como si fuesen estatuas, como fotografías. A mi izquierda, hacia atrás, Manuel se reía con las muchachas, las conquistaba, era pequeño pero ocurrente. Fui directo hacia él para cortarle un buen mechón de su cabello castaño con una tijera que había llevado para la ocasión. Luego me dirigí hacia los libros de Luis para depositarlos en el bote de basura, así sabrá lo que se siente. El toque maestro fue muchos, muchos besos sobre el rostro, ojos y labios de Adriana, la que me dijo que no para ir al bowling un fin de semana con una amabilidad y sorpresa tan auténticas que hacia imposible odiarla, o matarla. A pesar de salir con Eduardo.

Regresé a mi puesto después de lavarme las manos, mirar a la cara a algunas muchachas a las cuales no me atrevía, darle algunos codazos en la cara a ciertos imbéciles y abrirle la blusa a la profesora. Pisé el botón y tras dos segundos sonó el timbre de salida. Muchos gritaron confundidos, uno lloró, una se quedó sin habla. Manuel se río de lo imposible de su mágico corte de cabello instantáneo, lo que bajó a todos de nuevo a la realidad.

Yo agarré mi bulto calladamente, esquivando a los más grandes que corrían hacia la puerta de madera. Desvié mi mirada como siempre de las chicas y de posibles culpabilidades. Me sentí feo e inevitablemente seguí caminando despacio pero decidido. Pensando en los exámenes de mañana, en la venganza diaria, en mi botón secreto.

miércoles, 7 de febrero de 2007

Subversivo (Ësta y ésta)

En realidad hay dos formas de escribir. Ësta y ésta. El diferencial tiene una fórmula inequívoca registrada en la literatura jurídica necesaria en la Biblioteca Nacional de tu país, claro está. En cada país es lo mismo. Dos distintas formas de caligrafía con cambios gramaticales ligerísimos pero existentes. Según sus propias costumbres, los distintos pueblos del mundo -que ya ocupan menos del 5% de la superficie de la Tierra y menos del 3% de las especies vivas del planeta- han decidido el uso de su idioma oficial en el par de variantes determinadas por el consenso internacional (del cual no existe registro ni nombre oficial) en las formas más inusitadas pero auténticas. Por ejemplo, en la Unión de Reinos ex islámicos del Noreste, se escribe distinto según sea de día o de noche. En los remotos países del Océano Caribeño Glaciar todo depende del mes en que se esté ubicado, y no podemos obviar la Gran Colomby-A, allí hay total libertad de usar ambas formas hasta los 35 años cuándo se debe decidir y registrar en el R-Estado Totalista cuál forma de escribir se usará desde entonces. Por supuesto, esta misiva está escrita de forma clandestina usando una subversiva forma de dialecto. Lo hacemos para confundir, nada más.

*Extraído de la Enciclopedia Mundial “El otro que no vino”, recopilada por Jorge Luis Borges. Original en sueco, lengua muerta universal, y traducida imaginaríamente por Jeanfreddy Gutiérrez.

martes, 6 de febrero de 2007

Pirámide Azteca

Existe una civilización, que es la mía y también es la tuya. Su cuna es de marfil, de ébano, de cristal de sábila y de luz de sol. Tiene bosques mitológicos, llenos de ríos, brillantes, miradas a lo lejos y sombras sembradas a la orilla de los árboles. Altísimos, dejan apenas atravesar como mágicas ventanas, pequeñísimas motas de polvo que flotan hacia todos lados. Son microscópicas burbujas rosadas, esas que vemos al voltear bruscamente en un día encendido y que realmente son oxígeno, el aire que respiramos. Hay historia alrededor de tus besos, de esos ricos besos que me llenan con sus labios, tu lengua traviesa, tus dientes blancos, tu abrazo sobre mi cuello.

Cuando era pequeño solía tenerle miedo a los manglares. O a lo que yo creía que se llamaban así. Había una playa a la que yo siempre iba dónde había una especie de árbol acuático muy raro. Lo extraño es que aún siendo de madera, nacía desde la orilla de la playa y sus hojas eran nenúfares que bailaban con el ir y venir del oleaje. Todos se sentaban allí, se hacían fotografías invitándome pero yo tenía miedo. Nunca me ha gustado el roce de lo áspero sobre mi piel, huyo despavorido del dolor físico, de lo incómodo, de lo que traspasa lo meramente mental instalándome con pruebas fehacientes en un mundo dónde existe esa superficie molesta donde me tengo que sentar tan sólo porque me llaman.

De allí hasta acá ha pasado demasiado tiempo. Yo lo revivo como un documental como si cayese desde una altura de 33 pisos a toda velocidad, a punto de morir. Nace ella y naces tú, incesantemente, como en un torbellino de casualidades burlonas. Muere aquella y nacen mil. Disparan un misil y todas caen sobre mí. Mi vida está hecha de mujeres, entrelazadas una sobre otra, como una cadena. Y yo no sé qué hacer con todas, con tantas y tan poquitas. No hay una poesía donde quepan todas. Son como pequeños bloques de madera, constituyendo una pirámide azteca. Y desde la cúspide, veo mi civilización, y sus bosques.

domingo, 4 de febrero de 2007

Cónico

Este edificio tenía la forma de una espiral cónica. Era como un sorbete de helado, incluso en su color blanco mantecado. Se levantaba por casi 1500 manos extendidas y estaba rodeado de una escalera metálica de caracol pintada de rojo que entraba y salía desde su base hasta poco antes de su cima. Allí estaba rematada con una punta perfecta: puntiaguda, elevada, rectísima. Al ver desde lejos este nuevo edificio parecía estar lleno de hormiguitas que entraban y salían, recorriendo las escalinatas que lo rodeaban, apareciendo y desapareciendo mientras recorrían la estructura como un inmenso enjambre de abejas. Hacía allá caminaba yo en ese momento.

Fui directamente al primer piso, dónde estaba el bar. Allí conocí a Fabiana, una chica de más allá del Sur. Cabello rizado y rubio, facciones fuertes, ojos café no tan brillantes. Muy alta y delgada. No me gustó. Ella preguntó con un halago disfrazado de sorpresa si estaba solo, insistió en saber porqué y preguntó si me gustaría más tarde dejar de estarlo. Yo que prefiero la soledad del que sabe esperar acepté la invitación como quien vive el sueño de una segunda oportunidad, sólo para saber, para vivir, para tener el poder de tener el sí y el no, el universo en la palma de la mano que se bifurca para siempre en decisiones inconmensurables y aleatorias. Quise tener un control que ni imaginamos.

Quise vivir lo que desprecié en aquella ciudad del Nor-Norte, cuando una isleña del país de Lon hizo lo mismo y yo no supe qué hacer exactamente. No era como ahora. Demasiado insistente a veces.

Me fui volando en un águila de pergamino, soñando ser como Rimbaud. A mi edad ya es inútil encerrarme en un laboratorio, leer lo que no he leído, viajar a las cuatro esquinas del mundo. Sólo me queda mi Piano de Letras con el cual destruir todo lo logrado hasta ahora. Acabar con mi inteligencia y dejarme llevar por deliciosas arpías a lechos, rosas y placeres inusitados, sólo por las apariencias, los perfumes y las telas.